FELIZ DÍA DE LA MUJER

CARTA DE UN PADRE

Siempre he creído en la igualdad entre todas las personas, sean de dónde sean, sean cómo sean, y por supuesto, sean del sexo que sean. Siempre he creído en la igualdad absoluta entre niños y niñas, entre mujeres y hombres, pero más aún desde el  momento en que sostuve a mi hija en brazos por vez primera. Ella era entonces un minúsculo ser que se retorcía entre paños y llantos, pero con el correr de los años se ha convertido en una niña preciosa, despierta, muy lista y curiosa, con muchas ganas de aprender y de enseñar, y todo hace suponer que dentro de unos años más se convertirá en una gran mujer.

Sin embargo, la inocencia propia de su edad, la envidiable ingenuidad de la niñez, no le permite adivinar que, en la sociedad en la que nos desarrollamos,  cuando llegue el momento de abandonar la inocencia y la ingenuidad de la que ahora disfruta, cuando se convierta en la gran mujer que promete ser, tendrá que enfrentarse a retos que le resultarán difíciles de entender y que deberían estar superados hace siglos. No le será fácil comprender porqué aún cuando llegue su momento, los salarios de los hombres seguirán siendo más altos que los de las mujeres, o porqué le serán exigidas muchas más cualidades para acceder a los mismos puestos que sus compañeros. Cuando decida fundar su propia familia, se enfrentará al hecho de que le corresponden la mayoría de las labores domésticas y seguramente descubrirá que será ella la máxima responsable en la crianza de sus hijos.

Pero mi hija tiene suerte, disfruta de una educación que le permitirá formarse y tener conciencia de cuáles son sus derechos. La educación es el pilar fundamental sobre el que se debe sostener este gran objetivo de igualdad entre mujeres y hombres, y por ello debemos ampliar el horizonte de nuestras expectativas. Vivimos en un ecosistema global en cuya mayor parte, las niñas que en el futuro se convertirán en la mayoría de las mujeres del mundo de mañana, no tienen acceso a la educación por el mero hecho de serlo, siendo así desposeídas de la formación adecuada que les capacitaría para defender sus propios derechos, y quedando relegadas a ser sirvientas de los hombres que las poseen.

Para acabar con este sistema injusto y arcaico, para alcanzar el ansiado objetivo de igualdad universal entre mujeres y hombres, debemos perseguir un sistema educativo igualitario y accesible para todos los niños y niñas, para aquellos que integrarán la sociedad del futuro, de un futuro en el que los derechos y las obligaciones de mujeres y hombres deben estar equiparados.

Llegado el momento, al igual que han hecho millones de mujeres a lo largo de la historia, mi hija luchará por la igualdad que le corresponde y defenderá sus derechos con la fuerza que le es propia. Pero mientras tanto, mientras llega ese momento, es a nosotros, los hombres y las mujeres de ahora, a quienes nos corresponde trabajar hombro con hombro y luchar por esa igualdad de la que en ocasiones nos orgullecemos sin darnos cuenta de que aún queda mucho por hacer. Es sobre nosotros y nosotras sobre quienes pesa la gran  responsabilidad de conseguir que, llegado ese momento, nuestras hijas y nuestros hijos se encuentren con la satisfacción de que las barreras que separan sus derechos y sus obligaciones han sido eliminadas para siempre.

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